LAS CONQUISTAS DE CÁCERES XII
LAS CONQUISTAS DE CÁCERES XII
Crónica desde la calle Cuba de mi Llopis Ivorra.
Pero estamos en el año de 1439, y sucedió que:
y para tratar de calmarlo don Juan II de Castilla, le ofreció a su primo el Señorío de Cáceres, Pero el concejo cacereño, al entrarse de esto junto con todo el vecindario, se levantaron en son de protestas, entonces el Rey en vez de dárselo a su primo Enrique, se la donó a su hijo el príncipe don Enrique, heredero de la corona, este tambien era de los descontentos con la privanza del condestable don Álvaro de Luna. Así se consideró que, no salía de ella y no se infringía lo mandado en el fuero otorgado a la villa cacerense por el monarca conquistador Alfonso IX. Más receloso de que, y a pesar de todo el pueblo prepararse algún conflicto para boicotear el acto de la posesión, vino hasta Cáceres desde Talavera de la Reina con toda su corte, las calles las encontró desiertas, el silencio más elocuente reinaba en la Villa, al siguiente día 6 de octubre, acudieron al Alcázar por mandato Real los Caballeros, escuderos y hombres buenos del Concejo, y les mandó tras explicarles el alcance de la donación, que recibieran por su señor al Principe enrique su hijo, y en su nombre el bachiller Pedro González representante de don Enrique.
Entonces el Concejo le hizo saber, que no podía hacer aquello que habia hecho y le suplicaron que mandare ver sus privilegios y que les guardase justicia.
Pero don Juan II, les dijo que ya conocía los privilegios que Cáceres tenía, más la merced que el hacía a su hijo don enrique, era como primogénito heredero de la corona, y reputado como una persona con él, volviéndoles a ordenar que admitiesen a don Enrique por su señor.
Dieron la callada por respuesta, y el Rey molesto y tremendamente contrariado por esta callada que le dieron las fuerzas vivas de la villa cacerense, e intentando poner fin a tan violenta situación, se volvió a don Álvaro de Luna, que habia tomado en su mano los evangelios, y tendiendo sobre ellos la mano derecha, juró por ellos, por la señal de la Cruz, y por el nombre de Dios, hasta tres veces, que mandaría examinar las cartas y privilegios referidos por los consejeros de la ciudad, y si de ello se resultase que no podía desmembrar la villa de la Corona, no las desmembraría, pero si se hallase que la donación hecha podía subsistir, subsistiría. Prometiendo a la vez por su parte hacer todo lo que fuera menester para que el Principe don Enrique, confirmarse los Fueros, Privilegios, Usos y Costumbres de la villa, cuyas haciendas jamás embargaría, ni tomaría nada que tocase a los vecinos ni a los propios del Concejo.
Esta merced, satisfizo gratamente al Principe, por verse dueño de uno de los cinco solares de la nobleza española, y de donde tantos caballeros podían sacar para sus revueltas y guerras políticas.
y para tratar de calmarlo don Juan II de Castilla, le ofreció a su primo el Señorío de Cáceres, Pero el concejo cacereño, al entrarse de esto junto con todo el vecindario, se levantaron en son de protestas, entonces el Rey en vez de dárselo a su primo Enrique, se la donó a su hijo el príncipe don Enrique, heredero de la corona, este tambien era de los descontentos con la privanza del condestable don Álvaro de Luna. Así se consideró que, no salía de ella y no se infringía lo mandado en el fuero otorgado a la villa cacerense por el monarca conquistador Alfonso IX. Más receloso de que, y a pesar de todo el pueblo prepararse algún conflicto para boicotear el acto de la posesión, vino hasta Cáceres desde Talavera de la Reina con toda su corte, las calles las encontró desiertas, el silencio más elocuente reinaba en la Villa, al siguiente día 6 de octubre, acudieron al Alcázar por mandato Real los Caballeros, escuderos y hombres buenos del Concejo, y les mandó tras explicarles el alcance de la donación que, recibieran por su señor al Principe enrique su hijo, y en su nombre el bachiller Pedro González representante de don Enrique.
Entonces el Concejo le hizo saber, que no podía hacer aquello que habia hecho y le suplicaron que mandare ver sus privilegios y que les guardase justicia.
Pero don Juan II, les dijo que ya conocía los privilegios que Cáceres tenía, más la merced que el hacía a su hijo don enrique, era como primogénito heredero de la corona, y reputado como una persona con él, volviéndoles a ordenar que admitiesen a don Enrique por su señor.
Dieron la callada por respuesta, y el Rey molesto y tremendamente contrariado por esta callada que le dieron las fuerzas vivas de la villa cacerense, e intentando poner fin a tan violenta situación, se volvió a don Álvaro de Luna, que habia tomado en su mano los evangelios, y tendiendo sobre ellos la mano derecha, juró por ellos, por la señal de la Cruz, y por el nombre de Dios, hasta tres veces, que mandaría examinar las cartas y privilegios referidos por los consejeros de la ciudad, y si de ello se resultase que no podía desmembrar la villa de la Corona, no las desmembraría, pero si se hallase que la donación hecha podía subsistir, subsistiría. Prometiendo a la vez por su parte hacer todo lo que fuera menester para que el Principe don Enrique, confirmarse los Fueros, Privilegios, Usos y Costumbres de la villa, cuyas haciendas jamás embargaría, ni tomaría nada que tocase a los vecinos ni a los propios del Concejo.
Esta merced, satisfizo gratamente al Principe, por verse dueño de uno de los cinco solares de la nobleza española, y de donde tantos caballeros podían sacar para sus revueltas y guerras políticas.
(Floriano Cumbreño-Historia de Cáceres)
“e paque los caballero y escuderos de la villa de Cáceres moraban, y habían hecho juramento de nunca darse a ningún señor, si no, ser siempre de la corona de León, e así mismo tenían privilegios de los Reyes que no harían de Cáceres ninguna merced, si no la hicieran de la ciudad de León, y en todas estas cosas el Rey estaba atónito e no sabia cual cosa determinar, al Infante le volvió a dar Ledesma (Salamanca) e aquí se acabó esta contienda.
Entonces el Rey prometió la villa cacerense a su hijo, el príncipe Enrique, y estas cosas así acabadas, partiéndose el Rey pata Talavera y el príncipe para Segovia, e de allí el Rey fue a Cáceres, e antes de que partiese, hizo entrar en la villa al Príncipe, que según quedaba ordenando, aunque la gente de Cáceres se quejaba muy mucho dello, que tenían privilegios de los Reyes pasados e confirmados del, para que no pudiese ser partida ni separada de la corona real, e ficieron sus protestaciones diciendo que contra su voluntad esto se hacia a que ellos no lo otorgaban , pero así y con todo el príncipe quedó en posesión de la villa cacerense”
Según nos cuenta don Miguel Orti Belmonte, la casa Ulloa Golfín, publicó, en sus privilegios el documento de la entrega de Cáceres al príncipe Enrique, de la cual hizo merced su padre, el Rey don Juan II, en el año de 1455 y la contradicción de los caballeros de la villa, por no poder ser enajenada dl patrimonio Real, si no es con la ciudad de León, pero no dicen el lugar donde se llego a este acto de la entrega de la villa al príncipe, aunque algún cronista sitúa esta entrega en el alcázar de la villa.
Y así, quedó Cáceres como señorío del príncipe Enrique, pero con la condición que sería siempre de la corona Real, y que no podía ser separada de ella, y ni el Principe la podría enajenar, ni en todo ni en parte, jurándolo así el Rey Juan II hasta por tres veces con la mano en la cruz y sobre los evangelios.
Juramento:
“la maldición con el diablo y con Judas traidor sumergidos en los infiernos por los siglos de los siglos, consta en documentos desde el año de 774, en el que figura por vez primera un privilegio dado por Alfonso II a la iglesia de Valpuesta”
La maldición del Rey, nombrando al diablo y a judas, al parecer no existe en los documentos del Rey Alfonso IX, aunque si la maldición divina e incide en su ira, lo que no es frecuente es el juramento con la Virgen Maria.
En esta maldición incurriera años más tardes el Rey Fernando IV “el emplazado” quien dio al infante Alfonso de Portugal la aldea del Arroyo del Puerco, hoy Arroyo de la Luz, que pertenecía al Concejo de Cáceres, que se resistió a la entrega, interponiendo recurso de alzada al monarca, alegando que esta donación era contraria el fuero, y que así lo reconoció el Rey, en carta fechada en Medina del Campo en el año de 1305, revocando así la donación.
“todas las poblaciones que dentro de vuestros términos fuesen hechas sin consentimiento del Concejo, no sean estables antes se destruyan sin Calomnia (penas pecuniarias).
“El caballero que tuviera su casa en la villa caballo que valiere XV maravedis o más y que no traiga ataharre (banda de cuero o cáñamo que sujeta por sus puntas o cabo los bordes laterales o posteriores de la silla de montar y rodea los ijares y las ancas de las caballerías) y no peche en muros ni torres ni en ningún otro servicio para siempre, si algunos Condes, potestades, infanzones, soldados, tanto nobles como innobles, ya sean de mi reino o de otro y que vinieran a poblar Cáceres, tengan las calomnias que otros pobladores, así de muerto como de vida.
Las murallas de Cáceres, fue conservada y al punto de conquistarla restaurada por las huestes de Alfonso IX y sus sucesores, levantándose sobre los cimientos de las torres arruinadas de cuando la conquista, romanas unas, árabes las otras, y las cristianas de forma cuadradas, simétricamente distribuidas por las murallas almohades, con su camino de ronda y escaleras de acceso desde el adarve exterior para que no perdiera la villa su carácter militar.
El peligro de un ataque por parte de las huestes moras por sorpresa, aunque lejano, ya fuera viniendo de Andalucía en sus razias, como el riesgo del ataque proveniente del reino vecino de Portugal, aunque estos se encontraran nada más cruzar la frontera como primer baluarte de defensa a Alcántara o Valencia de Alcántara, cuestión esta de porque el escudo de la villa de Valencia de Alcántara lleve una llave, como símbolo de la defensa de la entrada en el reino de León.
Las potestades eran los funcionarios reales que, sin ser Condes, desempeñaban altos oficios palatinos o al gobierno de las circunscripciones territoriales, más eran todos ricos hombres.
Los infanzones eran nobles, al servicio de los Condes y de las altas jerarquías eclesiásticas, estos dependían del Rey y sus casas, heredades y personas estaban exentas de la jurisdicción Real, no pudiendo ser allanadas por la justicia.
(Floriano Cumbreño-Historia)
(Orti Belmonte-Conquistas)
(Benito Boxoyo-Noticias)
Agustin Díaz Fernández