PAN DE CENTENO Y UN LITRO DE CAFÉ TOSTADO

25.04.2023 09:35

 Pan de centeno y un litro de café tostado

Adrian Rey Díaz

Don Mariano Esquivel tiene ochenta y seis años, cabello escaso y las sienes plateadas; sus orejas, visiblemente despegadas de la cabeza, sostienen unos viejos anteojos de pasta gastada y pintura escamada. Hace ya dos años de la muerte de su esposa doña Luisa, hija de don Francisco Sarmiento y Macarena Holguín, naturales de El Batán de Guijo de Galisteo; doña Luisa era una mujer alegre de anchos hombros, mejillas rosadas y nariz especialmente carnosa. Todas las mañanas con la aparición de los primeros rayos de luz, preparaba un delicioso pan de centeno y un litro de café tostado cuyo aroma hacía despertar a don Mariano incluso en los días más fríos de invierno.

—No existe mejor sendero que el camino hasta tu puchero, amada Luisa—decía don Mariano con una sonrisa pícara dibujada en los labios.

—No me seas zalamero, Mariano ¡ya será menos! — respondía divertida y vital doña Luisa.

La mala fortuna —si es que se le puede culpar de algo al azar— quiso arrebatarle la vida al único hijo de la pareja; varón de nueve años de cabello dorado y miel en los ojos. Una mañana de abril, jugueteando en la presa del pantano, fue arrastrado por la corriente y nunca más se volvió a saber más del pequeño Tomás. Al menos eso es lo que cuentan algunos lugareños de la zona que más que preocupados parecían mezuquear el estravíu. Lo cierto es que nadie vio a Tomás aquel día ni jamás hallaron el cuerpo del pequeño. La muerte de Tomás dejó un profundo vacío en la casa y una honda tristeza que abrigaba cada maldito día desde aquel fatídico suceso. No obstante, pese a la dureza del infortunio, don Mariano y doña Luisa aprendieron a ser felices juntos. Los primeros cerezos en flor, las gargantas vomitando lágrimas dulces, los pucheros de café tostado y el pan de centeno: junto al fuego. Junto al miedo.

Don Mariano, al que nunca le faltó la inteligencia, sabía que el puchero se apagaba y desde entonces vive pegado a un mendrugo de pan añurgado en la garganta, esperando —y deseando— yacer bajo las mismas tierras que encorvado le jalaban.

—No existe mejor sendero que el camino hasta tu puchero, amada Luisa—decía don Mariano con una sonrisa pícara dibujada en los labios.

—No me seas zalamero, Mariano, ¡ya será menos! — respondía divertida y vital doña Luisa.

 

Relato ganador del II Concurso Escolar Santiago Castelo

Autor, Adrián Rey Díaz

Alumno de 3º de la Eso del Instituto Paideuterium de Cáceres